"Tierra Baldía", de Gustavo Álvarez Núñez


Canciones de fe y desesperación

"Abril es el mes más cruel, esparce lilas por la tierra muerta, confunde memoria y deseo, agita las negras raíces con lluvias de primavera" (T. S. Elliot). 

Por Franco Ruiz


Un mood plomizo, encapotado, discurre en el último disco del ex Spleen Gustavo Álvarez Núñez (GAN), "Tierra baldía" (Planeta X, 2016), donde cada nota parece abrirse y reclamar su espacio, sin rehusar cierta intención pop. 


Mientras las guitarras grisáceas de Diego Pérez Goett comienzan a caer sobre los parabrisas, detrás del vidrio, Álvarez Núñez describe: (...) "Es una tarde cualquiera y la desazón mira/ como vas esquivando el desastre que se avecina/ es una tarde cualquiera y los fracasos no cuentan/ hasta que se suman y la calma es incierta" (La sed del bebedor).


Y refuerza: "Cae una tarde cualquiera y no entendés tu vida/ donde reside el espanto que te paraliza/ Cae una tarde cualquiera y las calles te evitan/ todo se torna pesado, lejano y suicida". 


En "desconcentración", el tono gloomy cede ante un costado más optimista (¿llueve con sol?), en la línea de The Sea & Cake. En "Diluvio" las cadencias y los fraseos acompasados de la voz remiten a la consecución de un estilo tan propio como señero de una época.




     

"Respirar" marca, definitivamente, que este GAN se amigó con los 90 -y con su propia historia-, y es uno de los puntos altos de álbum, con un ritmo rockero que pone en juego el cuerpo y podría crecer en vivo, hasta estallar.

Y llega la melancólica "Tierra baldía" -una obra maestra-, un insight para bailar -como graficó Ultravox en los 80- "con lágrimas en los ojos", en medio de remolinos de guitarras. "Viviste inmerso en una pesadilla/ soñabas en la noche tener una vida/ y te vas, pura tierra baldía/ nos dejás pura tierra baldía". 


La filosófica "Vendaval" se debate entre la fe y la desesperación, con guitarras certeras y un estribillo que arremete con confianza en sí mismo; el de GAN, se sabe, es un corazón que sonríe y llora al mismo tiempo.   


El cierre es brillante, en la senda de Daniel Melero, la voz se libera y conmueve, y Pérez Goett demuestra, con arreglos líquidos y espaciales, escritos en tono pospunk, que es uno de los músicos más lúcidos del rock argentino. 




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