Edgardo Gaudini, el "Docente" de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

El Doce repartiendo los míticos redonditos de ricota, en el teatro Margarita Xirgu de Buenos Aires (1979). Fotografía de Quique Peñas. 

Fue su atracción por la marginalidad lo que acabó con la vida de Edgardo Guillermo Gaudini, lo mató tan certeramente como las 20 puñaladas que recibió por la espalda, en una fatídica madrugada de febrero.
Gaudini, apodado en el cosmos ricotero como “El Doce” o “El Sultán”, se unió a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota alrededor del año '76.
Nació en Lomas de Zamora, en 1943, y luego se mudó a la localidad de Gonnet, en las afueras de La Plata.
Allí conoció a los hermanos Guillermo y Eduardo Beilinson, a Sergio Martínez (Muferchus Filosoforum); a Carlos Solari (El Indio), y a “Pepe” Fenton, sus vecinos, que habían montado un taller de estampado de ropa llamado “El Mercurio”. Se hicieron amigos, y el Doce terminó involucrándose en el negocio.



Los viajes

De origen pequeño burgués, el Doce se ufanaba de haber sido hospedado en el castillo de un duque europeo, en uno de sus tantos periplos de placer.
Los que lo conocieron cuentan que de joven era muy apuesto. Su padre tenía una casa de fin de semana en el conurbano bonaerense, en Claypole, llamada “Los Naranjos”, la cual, en los años ´70, fue lugar de encuentro de artistas y periodistas ligados a la bohemia porteña.
Ricardo Bizarra, periodista y amigo del Doce, afirmó: “Los viajes que supuestamente hacía el Doce son una incógnita. Hay gente que dice que viajaba mucho a Paraguay a buscar droga para él y sus amigos, y que lo hacía vestido de sultán, acompañado de sus efebos”.
En esa época, era una suerte de dandy. “Iba a bailar a la discoteca Mau-Mau vestido de traje, era un cheto. ¡Y hasta tenía una novia muy linda!”, comentó Bizarra.
El quiebre se produjo con el tema del encierro en la cárcel. “Allí vivió cosas terribles, y salió mucho más descontrolado y marginal que antes”, relató su amigo.
Sin embargo, ese personaje esquivo de Patricio Rey encarnaba para muchos el «espíritu genuino» de Patricio Rey.



“Soy docente”

Según consta en los papeles que dejó, cursó sus estudios en el Instituto Superior del Profesorado de Enseñanza Técnica, donde se recibió de Profesor en Matemáticas, Física y Química. La docencia fue una de sus grandes pasiones.
“Una vez organizó un viaje a Salta, con sus alumnos, y los llevó a buscar meteoritos”, contó Carlos Salas, amigo y compañero de ruta del Doce, a partir de los años 80.
Esa experiencia dejaría en evidencia su preferencia por los más jóvenes, y su rechazo a las teorías puras. “Le quedó el apodo de 'El Doce' porque se presentaba ante la gente como 'docente'”, contó Salas.
Dio clases en el colegio religioso de La Plata San Vicente de Paul, pero fue echado. Es que el Doce, además de enseñarles matemáticas a sus alumnos, les hablaba de rock, de Patricio Rey, lo que habría molestado a las autoridades del colegio.
Del `73 al `76 el Doce fue organizador y director del Centro de Ciencias y Tecnología de La Plata.
En su currículo también aparece la figura de Organizador y Director del Centro de Off Set y Fotocopiadoras de Amex-Toshiba S.A.



Buñuelos “afrodisíacos”


“El gordo no era un pervertido. El lo que hacía era comerte la cabeza, seducirte a través del diálogo, de la fantasía. Si vos te prendías era tu problema. Pero no era un abusador como se dijo”, remarcó Bizarra.
El Doce cocinaba los famosos “buñuelos de ricota y nuez, redonditos y afrodisíacos” (según contaba el Doce), los cuáles había copiado de un libro de recetas de la ecónoma Patricia Rey.
Se lo recuerda disfrazado de sultán árabe, repartiendo sus redonditos en las instalaciones del Teatro Lozano de La Plata, acompañado de sus efebos.
“Al Doce le gustaban Los Redondos pero era inútil desde los instrumentos”, señaló Salas. “Sabía cocinar, entonces quería colaborar desde ese lugar. Tenia espíritu de actor, era una persona que manejaba muy bien las emociones, los sentimientos, le gustaba divertir a la gente: que no es lo mismo que llamar la atención”, recordó Salas.
“En las primeras presentaciones de Patricio Rey salía disfrazado de sultán árabe, y por eso le quedó el apodo de 'El Sultán'. Se deslumbraba con la marginalidad, pero él mismo era un marginal. Murió mal, injustamente, lo mató hasta su propia familia, que quemó todos sus papeles y pertenencias”, se indignó Salas.
“Era un gran cocinero: primero un buen porro, luego una comida exquisita y de postre: merengue. Un hombre de paz, de música, de amistad, de relax, de filosofar, esto yo lo viví en los ´80 en La Plata. En los `70 él estaba más en el movimiento de agitación bohemia”, afirmó Salas.
“No era un tipo enfermo, que corrompía, era un tímido. Con el tema de las drogas era mula, todos sus amigos tomaban cocaína y él era un gran anfitrión. Un día teníamos tanta droga que la tirábamos al pasto, nos sobraba”, festejó Salas.
“Como gran cocinero que era, tenía algunos platos favoritos, como carré de cerdo con puré de manzana. Inventaba recetas con lo que tenía. Hacía unas pizzas muy ricas”, contó Bizarra.
“No hablaba mucho de Los Redondos, pero vos te encontrabas con gente en la calle que lo conocía de aquella época, el mito lo fue construyendo la gente”, apuntó Salas.
“El docente era un buen tipo. Un cocinero excepcional. En su casa de Claypole tenía un piano, una pileta en la cual nadie nunca se bañó porque siempre estaba sucia, y un chancho que pesaba como 800 kilos; hay fotos de todos nosotros con el animal”, contó Sergio Martínez.
“Era un caballo, todo vitalidad. Pero en ese plus de energía se excedía”, acotó Martínez.  “El siempre le decía a sus amigos que yo ‘estaba loco’, y eso me hacía ver en un espejo horrible. Que un tipo tan loco como El Doce dijese que yo estaba loco, me preocupaba. Pero posiblemente tenía razón”, afirmó Martínez.
“Al Doce le decíamos el 'munificente [generosidad espléndida] oriental'. Usábamos las mantas que estampábamos en el taller para vestirnos como árabes. Ibamos así vestidos a los recitales de Patricio Rey, y el Doce repartía junto a sus efebos, generalmente pibes jóvenes y lindos, sus buñuelos de ricota. El Doce se tiraba al piso del escenario como una odalisca gorda y degenerada. ¿Qué otra cosa podía ser el Doce sino un sultán, con esa barba y esa cosa ambigua que tienen los árabes?”, afirmó Martínez.
“El Doce era una persona muy simple, muy campechana. Y después venía alguien y te contaba la verdad, que enseñaba matemáticas y era una verdadera eminencia, cosa que nunca hubieras sospechado, porque era un trolo al que le gustaba disfrazarse, hacer los redonditos de ricota, pasearse entre el público disfrazado de sultán, con sus efebos, y loquear un poco. Esa noche, después de aquél Lozanazo, no volví a Buenos Aires, me quedé en La Plata, porque después del show nos fuimos a un bar a chupar y la juerga terminó a una hora ridícula, así que nos fuimos a dormir a lo del Doce. Yo no sabía que era gay y nadie me lo advirtió: era un gigantón de barba, no te imaginabas ni por puta. Yo era un niño inocente, rubiecito. Basabrú durmió en el suelo y a mí el Doce me dio su cama matrimonial y se tiró al lado mío. Yo tendría 22 ó 23 años, y él era un tipo de 35 ó 40. Recuerdo que en medio de la noche yo estaba durmiendo y por ahí sentía como un dedito de su pie que se acercaba, y yo cada vez más a un costado, más acurrucadito. Casi me caigo de la cama”, contó Claudio Kleiman.  
Según Bizarra, al doce le molestaba que lo tildaran de “maricón”. En efecto, solía repetir “yo soy un hombre al que le gustan mucho los hombres”.
“Era una suerte de sexólogo, organizaba reuniones y charlas que podían incluir la atención a parejas, orgías, darkrooms (con hombres y mujeres dispuestos a tener sexo en grupo al amparo de las penumbras)”, explicó Bizarra.
“Una vez me invitó a una fiesta negra. Me dijo que iba a haber mujeres (él siempre me tiraba onda, pero yo le decía que se dejara de joder, que a mí me gustaban las mujeres), pero cuando llegué, estaba todo oscuro, y en el piso sólo había calzoncillos, así que me fui enseguida, antes de que me agarraran sus chongos”, bromeó Bizarra.
El doce había escrito un libro, “Los marginales del sexo”, y se lo había ofrecido a la editorial Punto Sur, pero nunca se editó.
“También compiló el libro “Los derechos humanos en el otro país”, con escritos de Elías Neumman, pero su nombre misteriosamente no aparece en el libro, figura escrito por Daniel Barberis”, contó Bizarra.
Fernando Noy, Batato Berea, Humberto Tortonese, Alejandro Urdapilleta, eran amigos del Doce.
“Era amante del cine, y de la filmografía de Fassbinder, Bergman. En sus años de bonanza económica, cuando trabajaba en Toshiba, solía viajar a los festivales de cine de Punta del Este; les pedía autógrafos a las celebridades. Yo le decía que era un “cholulo”, porque siempre llevaba con él un autógrafo de Mirtha Legrand”, recordó Bizarra.
Su película favorita era “Muerte en Venecia”, justamente el filme narra la historia de un hombre mayor que se enamora de un joven. “También le gustaba mucho 'Cuernos de cabra', y 'Querelle'”, contó Bizarra.
“Salas era el chico malo durante el día: el que robaba, el que caía preso y se peleaba con la Policía; y el Doce era el malo por las noches”, afirmó Sergio Daich, que convivió con el Doce en los 80.
“El Doce tenía un departamento en La Plata, e invitaba a todos sus amigos. Entonces decíamos 'tenemos las películas, tenemos los discos, están las chicas, la comida, bueno, cerramos las ventanas'. Y así podíamos quedarnos días enteros sin dormir”, afirmó Daich.
“El Doce se quería picar, pero era tan gordo que no se encontraba las venas, entonces sudaba durante horas, dándose picos, lastimándose, hasta que se desmayaba, furioso. Eso era también parte de la fiesta”, recordó Daich.
“Eramos todos intelectuales, habíamos leído mucho, y creíamos que a través de los excesos íbamos a alcanzar nuevos conocimientos y abrir el campo perceptivo”, explicó Daich.

La última foto de Edgardo Gaudini (El Doce), el 30 de diciembre de 2001, en el estudio de Radio Universidad Nacional de la Plata, casi un mes antes de su muerte.

“Después nos dimos cuenta de que a través de los excesos no se llega a ningún lado. No hay ningún conocimiento nuevo en la perversión. La perversión es tan vieja como el hombre”.
“Del Doce hay que rescatar que si bien tenía esa inclinación hacia todo lo marginal, era un buen tipo, que le abría su casa a los liberados, a cualquiera que necesitaba ayuda”.



El Pez Náufrago

El Doce tenía acceso a la mayoría de las villas de Capital Federal y del conurbano bonaerense. Allí solía ir en busca de historias para el programa, o para la revista Cerdos y Peces. “Siempre conocía a alguien que lo hacía entrar”, afirmó Salas.
En radio fue un creativo, que anticipó otra forma de hacer periodismo, más ligada a lo social. “El Pez Náufrago”, su programa, se anticipó a ciclos como “El otro lado”, de Fabián Polosecki, y a otros que vinieron después.
Fue pionero en el abordaje de temas sociales (el aborto, las cárceles, las drogas, el travestismo, la zoofilia) desde el micrófono de una radio, le dio voz a personajes desconocidos, marginales.
Su música favorita: Kraftwerk y Tangerine Dream.
Trabajó como periodista en la revista Cerdos y Peces, El Porteño, Radio Belgrano y Radio Universidad Nacional de La Plata.
En la página 54 de la Cerdos & Peces de febrero de 1987 el Doce relata la clausura de Prodeme y el maltrato a los menores que estaban alojados allí: (...) “El cuerpo de infantería, patrulleros, camiones de asalto, gritos y corridas sirvieron de preámbulo a la llegada de la jueza Dra. María Servini de Cubría al Prodeme, la casa que da alojamiento a 40 chicos de la calle. Como siempre, la burocracia supo dar el peor remedio para una supuesta enfermedad. Mientras, los chicos aprendieron que la calle es el único refugio”.
En el número de octubre de 1986 de la misma revista, el Doce publicó una nota titulada “Cómo fugarse de la cárcel”, donde Eugenio Zaffaroni afirmaba: “No dudaría en fugarme de la cárcel”.
“El gordo tenía un imán para lo marginal. Y en esa época abordaba temas que aún son tabú en los medios, como el sexo en los discapacitados. Una vez le preguntó al aire a un tipo en silla de ruedas cómo hacía para tener sexo, y el tipo le respondió. Otra oportunidad llevó al piso de la radio a un linyera, y le preguntó lo mismo, algo muy jugado para los 80”, contó Bizarra.
“Había creado una columna llamada 'El rincón del sopre', donde se leían cartas que enviaban los presos, y se abordaba la problemática de los presos sociales, junto a reconocidos especialistas como Zaffaroni, Elías Neumann”, afirmó Bizarra. Y agregó: “Muchas veces fue invitado al programa de radio de Jorge Dorio y Martín Caparrós, para narrar temas sociales”.
“En los `80, el gordo iba a hacer su programa en Radio Universidad de La Plata, y tenía un patrullero de la Policía en la puerta, que lo seguía, amenazante. Era por el tema de las denuncias que hacía sobre la situación de los presos y las cartas de los internos que denunciaban las torturas en las cárceles”, afirmó Bizarra. Y añadió: “En esa época, si bien no había un gobierno militar y ya estábamos en democracia, la Policía, si quería, te podía joder”.
“Su amigo, Salas, era terrible. Un día, estando detenido, fue llevado a Tribunales y se escapó esposado. Resulta que se tiró por la ventana del edificio, desde un segundo piso, y comenzó a correr. Cayó en mi casa, todo sudado. Yo lo recibí, le di ropa nueva, le corté el pelo, y lo guardé unos días, hasta que al fin pudo escaparse de la Policía”, afirmó un amigo del Doce.
“En La Plata, en una época salían muchas noticias sobre el robo de colectivos en la Terminal. Un día me enteré que el ladrón era Salas; le gustaba tanto manejar camiones y colectivos, que había aprendido a abrir la puerta a través de una ventanilla pequeña que los choferes casi siempre dejan abierta. Los conducía, y luego los abandonaba”, contó Bizarra.
Sus revistas favoritas: Página/30, Cerdos & Peces, Pinap, Cómix (historietas de Robert Crumb). El Doce siempre decía que en los cómix de Crumb estaba la gran influencia del Indio Solari.  
En 2002, en uno de los últimos programas de El Pez…, surgió un acalorado debate sobre la actualidad del marxismo, y el Doce, tras varios minutos de silencio, se enojó con la mesa y exclamó: “¡Esto es izquierdismo de café!”.
“El doce fue preso por segunda vez por estafas reiteradas. Tenía una tarjeta de crédito robada y la usó varias veces hasta que lo detuvieron y fue preso. Estuvo en la tumba dos años. Fue asistido por sus amigos abogados –el doce conocía mucha gente en la Justicia, era amigo de Zaffaroni- y por eso salió en el mínimo tiempo”, contó Daich.
“Los Redondos le dedicaron mucho temas, pero ninguno que aluda directamente a él. Para mí el tema que hace alusión al Doce es el que dice: (...) “Se de alguien que enturbia sus sentidos / para tener un lugar en la balanza / de las brutales risotadas hemorragias / de la pavada celestial en avalancha...”, comentó Daich.
“Al doce lo conocí allá por la década del ´80, estando yo preso en la cárcel de Dolores. Cae una revista llamada El Periodista, y ahí veo una nota interesante sobre el tema de los presos sociales. Hablaba de lo que fue el incendio de 1978 en el pabellón 7° de Devoto (provocado por los presos ante las pésimas condiciones de reclusión). Resulta que esa nota la había escrito él, le mandé una carta y un día me vino a visitar, así nos conocimos”, contó Salas. Y agregó: “Me impresionó la facha del Doce, estaba ahí con una remera corta llena de grasa y el pelo sucio como si lo hubiesen sacado de abajo de la cama”.
“El era sociable con todo el mundo, pero tenia cierto deslumbramiento con los jóvenes, esto no tenía ninguna connotación sexual, no era un degenerado ni un pervertido, como se dijo. Se marginaba porque era gordo, entonces brindaba afecto, cocinaba cosas ricas, le gustaba que los jóvenes permanecieran a su lado, pero no necesariamente esto implicaba una relación sexual”, explicó Salas.
“Sasid (Servicio de Acción Solidaria Integral del Detenido) nace después de La masacre del pabellón 7, es la única institución de derechos humanos que nace desde adentro de la cárcel”, manifestaba Gaudini –por entonces presidente de la regional provincial– al diario Página 12 (ejemplar del sábado 3 de Diciembre de 1989).
Y agregaba: (...)“Conocemos pocos movimientos de este tipo en el mundo, por lo que siempre decimos que no tenemos un patrón en el cual reflejarnos para poder trabajar. Además de la difusión, el cuidado y seguimiento de los presos sociales en las unidades de detención, también nos ocupamos de la asistencia jurídica a los detenidos que carecen de recursos, los que en nuestra jerga se denominan “la gente paria”. Promovemos la dignificación del detenido para facilitar luego la rehabilitación y reinserción social del mismo. No puede haber dignidad en una sociedad en la que para poder vivir hay que matar al de al lado, una sociedad donde el trabajo es un artículo de lujo y en la que el hombre que pasó por una cárcel está condenado a la mendicidad o al robo para poder comer. La seguridad pública se garantiza con trabajo y solidaridad, atacando las causas y no sólo los efectos del delito”.
“El doce tenía una gran bondad, y al mismo tiempo un fuerte carácter auto-destructivo. Yo le decía Shivá, por el dios destructor de la religión india, que en su danza destruye mundos, y al mismo tiempo reinventa el universo”, expresó Bizarra.
“El gordo era muy demandante. Así como ayudó a mucha gente, abriéndole su casa a los liberados (ex convictos), arruinó a mucha gente también. Una vez le presté mi casa en Punta Lara, para que vaya a descansar unos días, y cayó con todos sus chongos, e hizo una fiesta loca. Los chongos eran liberados, asistidos por Sasid. Y en el medio del descontrol, a uno de los liberados se le ocurre ir a robar a una casa vecina. Con tanta mala suerte que lo agarra la Policía y se arma un escándalo en todo el barrio. La casa no era mía, era de mi viejo, por lo que tuve que ir a pedirle disculpas a él y a los vecinos de Punta Lara. El que había ido a robar era Salas. Entonces le pedí al Doce que vaya y hable con mi viejo, que solucione el conflicto. Y el Doce, que era un gran actor, y manejaba muy bien las relaciones sociales, fue a hablar con mi viejo y se presentó muy formal, le dijo ‘hola, soy Edgardo Gaudini, resulta que estoy trabajando con liberados, para rehabilitarlos…’”, recordó Bizarra.
“El estaba un poco disgustado con el Indio Solari y con toda la gente de Los Redondos, porque ellos siguen siendo un mito, pero ya hay una historia institucionalizada que aburre. El quería escribir algunas historias, ya que Los Redondos tienen otras cosas interesantes que hacen a la cotidianidad, a las vivencias. Era un movimiento artístico, no era una banda de rock”, explicó Salas, parafraseando al Doce, que siempre repetía que “Los Redondos no eran sólo una banda de rock”.
“Uno de los momentos que acusa cierta traición por parte de Solari fue cuando Santiago –su amigo de toda la vida- acababa de salir de prisión por problemas de drogas y estaba en la lona, su mujer que tenía una clínica de rejuvenecimiento lo había abandonado, el tipo estaba en la calle, así fue que decidió ir a pedirle unos mangos y el Indio se los negó, a pesar de que estaba pasando por un buen momento económico. Es más, “el Semilla” era apodado “el bajista de los 10 mil dólares”. Ahí se produjo un quiebre en la relación de Solari con su entorno”, contó Salas.
En unos de sus últimos programas al aire de Universidad, consultado por Los Redondos, el Doce afirmó: “Habiendo sido uno de ellos, ya no me identifico como redondito”. ¿El motivo? El Doce reprobaba la actuación de Los Redondos frente al asesinato de Walter Bulacio.
“El doce va quedando en el borde oscuro de una época que se va terminando (los subterráneos 80) y poco a poco lo va reclamando ese otro mundo, más marginal”, contó Daich.
“Una movida piola, para mí, hubiese sido que Los Redondos le hubiesen dado a él, y al resto de los integrantes originales que se quedaron afuera del grupo, las migajas de la torta, si total ellos en los `90 ganaron millones de dólares; qué les costaba darle algo a sus compañeros, en honor a los viejos tiempos”, afirmó Bizarra.
“El doce tenía un sándwich, y era mitad para él, y mitad para vos, compartía todo”, aseguró Bizarra.
“El gordo me enseñó muchas cosas que me sirvieron a lo largo de mi vida, fue ese maestro que aparece cuando el discípulo está preparado. En las tardes de Gonnet adopté al Gordo como mi gurú, él me enseño a cortar cebolla, a ver a Ingmar Bergman, y descubrir el secreto aroma de las flores, de la cocina y de los libros”, recordó Carlos J. Méndes.
“Una vez, el gordo me llevó a ver el ensayo de unos tipos en un lugar lúgubre, yo tenía 18 años por aquel entonces, tocaban rock o algo así. Sonaban sucio, ruidoso, pero el gordo los ayudaba con guita y algo que cocinaba para repartir entre el público, a mi me gustaba una minita que bailaba en una especie de ballet centroamericano... Me fui del país y años después, me enteré de su muerte por el diario, una pena, me hubiera gustado haberle agradecido muchas cosas, al gordo Edgardo, que era el apodo que le decíamos los amigos, los que lo queríamos”, agregó.



La última sonrisa

El doce subalquilaba habitaciones a la gente del barrio, en su quinta de Claypole. Lo hacía para sobrevivir, porque en sus últimos años de vida la pobreza lo había golpeado duro.
Ya le habían entrado a robar antes de que lo mataran, le dispararon en la cabeza, y la bala le rebotó. A partir de ahí, el Doce se creyó inmortal, y los chorros salieron corriendo, no lo podían creer.
“En el último tiempo se estaba mandando cagadas que no te las podés mandar en un barrio tan pesado como Don Orione (Claypole)”, afirmó Bizarra. “Le vendía pastillas a los pibes de la villa, y cuando a estos pibes se les acababa la droga, volvían re locos a robarle al Doce, porque pensaban que tenía más pastillas. Todo lo que hizo el Doce en sus últimos días fue para comer; él siempre se la rebuscó, nunca le pidió ayuda a nadie”, agregó.
A las 6 de la mañana del 2 de febrero de 2002, Gaudini fue hallado muerto en su casa de Claypole, con su voluminoso cuerpo ultrajado por veinte puñaladas.
Según versiones, Gaudini fue asesinado por uno de sus inquilinos, quien le debía el dinero de varios meses de alquiler, discutieron, y éste lo apuñaló en varias oportunidades. El Doce habría tratado de resistirse, y aún con varios puntazos encima, intentó escaparse por la ventana, sin éxito.
A los oficiales de policía que acudieron a la escena del crimen los sorprendió una sola cosa: que la cara del gordo guardaba una sonrisa.

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