
Como un Charly García de las bardas, como un Arthur Rimbaud enceguecido por el viento y la tierra del valle, como un Eduardo Mateo de la ciudad del oro negro, el Bicho desanda su infierno interior, y exorciza versos agudos: "La fantasía clavó un abismo en mi cerebro"; "Ya sé que te saluda desde adentro/ la otra parte de mí"; "Sabes que estaba contento así, pero no era feliz".
Poesía libertina que conjuga con su particular manera de frasear, cada vez más espontánea y ágil, desmarcada ya de todo canon. El final, a puro ritmo de ska, recuerda a esos momentos de mezcla entre reggae y punk que afloraron en la Inglaterra de finales de los `70: sonido que tuvo exponentes como A Certain Ratio o Xodus, por el sello Factory, y que Sumo popularizó en la Argentina, ya entrados los `80.
Este Bicho es eléctrico -atrás quedó la criolla, que rasgeaba como un Sex Pistols-, y menos corrosivo: pasaron los días de furia, y quedó su voz, a la intemperie, porque "asi suena mejor". Como ocurrió con muchos grandes artistas -Dalí y Nietzsche, por ejemplo- toda su obra es una pelea contra sí mismo, contra su incordura y sus duendes domésticos.
Un registro incierto, hecho de grabaciones en estudios de radio, discos a los que les iba cambiando el nombre, los temas y el orden a medida que los "quemaba" en las computadoras hogareñas de sus amigos; hecho que hace muy difícil catalogar su obra. Lo cierto es que nadie toca la guitarra, escribe o canta como él: el Bicho tiene estilo y quien tiene estilo, se sabe, no necesita nada más; quizás esto explique tanta soledad.
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Muchas gracias loco, muy bueno...
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