Mata Mil

¿Qué hacer para transformar la promesa en realidad? Esa es la pregunta que los Mata Mil (ex Rimbaud) siguen sin poder responder en El día internacional de la independencia, un álbum irregular, que no termina de estallar por ciertos yerros en la producción, pero que deja una puerta abierta.
Es que hay en Mata Mil cierto encono o temor (¿cómo llamarlo?) hacia las melodías reconocibles (pop), que arropan, entonces, con sarcasmos, actitudes algo kitsch, y un espíritu deliberadamente antihit. ¿Son los Massacre?
El álbum comienza con “Macabra”, un dark hawaiano, con medidas dosis de Neubauten, patrones rítmicos trabados y latosos en la senda de Joy Division, y guitarras arenosas, rasposas, hirientes.
Como en el “Hombre máquina” de los teutones Kraftwerk, Nash Borrasch (cantante) va subiendo de tono -de manera analógica- cantando simplemente la palabra “macabra”. No hay dudas: Mata Mil es wit.
Sigue “Intriga internacional”, un tema con giros gorrionescos y sonidos tontos de Casio Tone. “No hay balas, no hay pistolas, sólo un pozo triángulo en el techo”, narran, con dejos de Poe. O del “Palo” Pandolfo de Don Cornelio.
“Tormenta disco” es el punto alto: momento en que los chicos darks se quitan el sobretodo negro y el rímel, y se lanzan a la pista ácida, a través de un groove denso, y reminescencias de dos grupos injustamente desapercibidos de fines de los 90: The Experimental Pop Band, y Campag Velocet. Ahí están las guitarras heroicas del pos punk, el microfunk punzante en la línea de A Certain Ratio, los golpes de chapas.
En “Barrio Turbio” cantan, como budas soñolientos: “Dale al deseo/ entierro”; en “Robótica”, arremeten: “Nadie puede tenerte si no quieres”. Bajos mordidos, guitarrazos, voces ingrávidas, y dejos del cantautor Joe Munly, atraviesan el disco, como restos de un naufragio: el del rock, el del pos punk, el de ellos mismos.

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