Vale la pena escuchar La palabra venganza por cómo están enlazadas las guitarras, por la marcialidad de la producción, y porque tiene melodías ágiles y reconocibles. ¿Pero con eso alcanza? No. Es demasiado correcto el disco, y por momentos parecería como si el grupo no tuviese «una mirada del mundo»; condición esencial para el arte. El “vacío” ceratiano de poner el énfasis más en la fonética de las palabras que en su significado, de hacer valer más el continente que el contenido (hecho que al ex Soda le rindió y aún le rinde sus frutos), a Doppler, en cambio, le juega una mala pasada. En “Deja caer el tren por la montaña” asoman bajos estileteados, y repiqueteos de guitarras rabiosas, mientras la voz deshilvana palabras: “Intuí un final posible, y no volví a mirar/ me creí un sueño irreversible, fue un instante en el mar”, repiten en el estribillo. En “Salvoconducto” aparece cierto pop 80, y algún que otro link a los Strokes -sobre todo en las guitarras-. El estribillo es un punto alto, lo mismo que la línea de bajo -asesina- y las explosiones de guitarras del final y el increscendo armónico, bien logrado. En “Tu departamento” suenan ciertos aires noventosos, de Meat Pupppets a los Pumpkins. Hay detalles en la producción, como cierto tratamiento de las voces y de las cámaras, que insinúan un pop más arty, pero que no termina de cerrar. Todos los clásicos fueron grandes innovadres en su tiempo. Da la sensación de que Doppler ha invertido el silogismo: quieren ser clásicos antes de haber innovado.
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