“Titanes del coco”, de Fabián Casas



“Chicos, no repitan en su casa lo que hacen los Titanes, ellos son profesionales, ustedes se pueden lastimar.”(Rodolfo Di Sarli, relator de Titanes en el ring).


Por Franco Ruiz
“Todavía se fumaba en los diarios.” Así arranca “Titanes del coco”, la última novela de Fabián Casas, a la que llega luego de diez años de no publicar ficción y narra la historia de Andrés Stella, joven redactor de un diario (El diario de la Argentina, La estrella de la muerte), que no es otro que Clarín, y aquí está el link con la novela de Jorge Asís, aunque en este caso la mordacidad y el desencanto conviven con la ternura y el delirio.
Stella, por momentos protagonista, por momentos narrador, ofrece un modelo para armar, donde la atomización y los microrrelatos -con saltos del presente al pasado y viceversa- arriban finalmente a un paisaje total que se pregunta por el sentido de la vida -y la muerte-, desde la vida cotidiana y la alienación.
La portada del libro, donde aparece la imagen multiplicada de un joven con los ojos cerrados y un camión en el cerebro, da una idea onírica de movimiento y de constelación personal e introspectiva, y es mérito del dibujante y cantante de El Mató a un Policía Motorizado, Santiago Barrionuevo.
“Ahí estábamos, como hormigas en sus cubículos, trajinando los pasillos, fumando, escribiendo, seduciéndonos, odiándonos, benditos y malditos todos nosotros, los periodistas, esas causas perdidas que dan alimento a gente como Robinson”, suelta el autor, encarnado en la figura de Stella.
Es este mismo Robinson, CEO de la empresa, quien cínicamente sueña con un diario con música funcional, sin periodistas: “Quizás el comienzo de una nueva era.”
En paralelo a los “frescos” del trabajo en la redacción en la Buenos Aires de los 80 -donde se pintan personajes y situaciones tan reales, como oscuras y fascinantes (su primera nota será una investigación sobre Galarraga, esotérico preceptor de un colegio de Boedo que cobró notoriedad tras el suicidio de una alumna y el secuestro de otra)- se suscitan otras historias, como el amor por la inquietante Blanca Luz, a quien conoce en una pileta popular y lo inicia en el extraño deporte del “triping” (ir a los saltos por los techos).
Y en esta novela de iniciación (Bildungsroman), en este tránsito de la juventud a la madurez, el amor lo arrolla con la fuerza de un camión: “Pienso en los excrementos de Blanca Luz. En su pis. En dónde todavía quedará algo de ella en el mundo.”
“Yo ví a las mejores mentes y corazones de mi generación secarse como un cadáver en pocos meses, pulverizados como los insectos en las propagandas de Raid, ¡patas para arriba! Solo los que identifican a la maquinola y la usan a su favor pueden escapar a una muerte rápida: Robinson, por ejemplo”, suelta el protagonista, y todo conduce al poema “Aullido”, de Allen Ginsberg.
“Para mí estaban todos muertos”, agrega.
“…Y la maquinola (las elucubraciones internas de los periodistas) no paraba de dar crédito para que todos siguieran jugando hasta morir.”
“…Creo que bajo el cono de luz amarillo del whisky (El Psicólogo Rubio), en esos primeros años de esa mierda que es el periodismo, fui feliz”.
A través del triping es posible ver que la ciudad guarda secretos mudos, en el corazón de una manzana, en un terreno baldío. Para descubrirlos hay que arriesgarlo todo. De eso se trata esta novela, de volver a poner el cuerpo, una mirada descarnada en el espejo, aunque el vidrio estalle en pedazos.
Fabián Casas, Buenos Aires, 1965
Narrador, poeta, ensayista, acaba de publicar la novela Titanes del coco (Emecé). Entre sus libros figuran Horla City y otros, con su poesía reunida; La supremacía Tolstoi; Ensayos Bonsai; Ocio y Los Lemmings y otros. Fue guionista de Jauja, película de Lisandro Alonso protagonizada por su amigo el actor Viggo Mortensen. En 2007 ganó el premio literario Anna Seghers, de Alemania.

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