Por Franco Ruiz
Fue un riff de guitarra dolorosamente pegadizo, sobre un lienzo electrónico, lo que provocó una de las últimas revoluciones de la cultura rock. En efecto, con la edición de “Personal Jesus” (Violator, 1990), Depeche Mode (DM) generó un corte abrupto con todo lo anterior. No solo con la tecnocultura -en aquellos años se imponía en las pistas y en las estaciones de radio europeas el house o new beat-, sino también con el rock, disociado hasta entonces de las nuevas tecnologías, salvo contadas excepciones.
Desde el propio nombre del álbum (Violador) se anticipa una transgresión. Se trata, con todo, de la profanación de dos sagrarios bien custodiados por el purismo: la música electrónica, de mística robótica y kraftwerkiana (para los pioneros alemanes la guitarra era un instrumento medieval); y el rock, reacio al empleo de secuenciadores y samplers.
Lo de DM era música electrónica con tracción a sangre, blues electrónico, tecnorock, un blend que redefinió la música electrónica y la cultura rock hasta agotar prácticamente todas sus posibilidades. Es cierto, luego irrumpió el grunge, acaso el último grito revulsivo, pero no fue casual que el cantante de DM, Dave Gahan, haya sintonizado rápidamente con la escena de Seattle y haya influenciado luego a headbangers y hardrockers.
Es que Violador es un álbum bisagra, mantiene el pulso club de los 80 y, al mismo tiempo, anticipa la década con una nueva sensibilidad: un sonido más sucio, narcótico y distorsionado, con guitarras y sintetizadores que supuran el asfalto y una lírica siempre al borde de la fragilidad emocional. Asimismo, la enorme voz de David Gahan y su teatralidad dionisíaca también exudan rock. De hecho, las coordenadas del barítono hay que fijarlas menos en David Bowie -como se cree-, que en cantantes hercúleos de bandas de hard rock de los 70, básicamente, Led Zeppelin y Deep Purple.
La lírica goreana condensó la desesperanza y el nihilismo que sobrevinieron después de la caída del muro de Berlín. La imagen de los cuatro de Basildon personificados como sensuales vaqueros del Lejano Oeste en el videoclip de “Personal Jesus” esboza una crítica -desde un costado lúdico- a la avanzada imperialista norteamericana. La rosa partida de la portada del álbum, prácticamente a dos tintas (rojo y negro), casi soviética, preanuncia la transgresión pero también representa el fin de la inocencia.
La polisémica letra de “Personal Jesus” plantea la posibilidad -con medidas dosis de ironía- de acceder a un jesús personal; situación que puede ser leída en al menos dos dimensiones: un jesús individualista y mercantilizado; o un jesús instrospectivo y genuino, lejos de la corrupción institucional. Es que si bien la letra funciona como una crítica a la video-religión y a los pastores electrónicos que sacan rédito del dolor ajeno (flesh and bones), también puede ser entendida como la declaración de un mundo menos plástico (el de los 80) y un retorno a la espiritualidad más íntima en la creciente sociedad del narcicismo y el escándalo: “(...) Alguien que escuche tus plegarias/ alguien que esté ahí”.
En el clip de “Enjoy the silence”, dirigido por Anton Corbijn, Gahan recorre distintos paisajes imponentes con una capa y una corona. “No lo entendí. Pero una vez que comenzamos y él me mostró las imágenes, entendí lo que estaba haciendo: el hombre que lo tiene todo, pero realmente no siente nada”, declaró el cantante en una entrevista.
La decadencia pos industrial (Policy of truth), climas narcóticos (Clean), el teutonic groove y la electrónica melancólica (Enjoy the silence), el pastiche de los interludios instrumentales (#2 y #3), las infusiones de instrumentos acústicos y digitales, las baladas minimalistas (Blue dress), el experimentalismo y el exotismo (Sweetest perfection, Halo), la función astronáutica (Wainting for the night), todos estos elementos adelantaron las agujas de la música electrónica que surgiría con el correr de la década, desde el industrial al ambient, pero también el new metal o experiencias locales como Catepu Machu, en las cuales colindan la fuerza rockera con las máquinas.
Dicho de otro modo, Violador desterró para siempre el preconcepto de “soulless” que pesaba sobre los grupos de música electrónica. Buscando nuevas sonoridades, DM construyó un disco tan atemporal como revolucionario.
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